Presentamos dos de las primeras cartas del intercabio epistolar entre Scott Fitzgerald y su editor, Maxwell Perkins.
10 de abril de 1924
Querido Max:
Unas palabras más respecto de nuestra conversación de esta tarde. Pese a que tengo toda la fe y la intención de terminar mi novela en junio, ya sabes cómo son estas cosas. Y aunque tardara diez veces más, no puedo dejarla ir hasta haber puesto en ella lo mejor de lo que soy capaz, o incluso, como a veces creo, algo todavía mejor de lo que soy capaz. Mucho de lo que escribí el último verano era bueno, pero estaba tan interrumpido que era desparejo, y cuando traté de encararlo desde otro ángulo tuve que descartar mucho: en un caso, dieciocho mil palabras (parte de las cuales aparecerán en la Mercury como un cuento). Fue recién en los últimos cuatro meses que he advertido cuánto me he… bueno, deteriorado en los últimos tres años desde que terminé Hermosos y malditos. Por supuesto que he trabajado estos cuatro meses, pero en los dos años (más de dos años) anteriores he producido exactamente una obra, media docena de cuentos y tres o cuatro artículos: un promedio de unas cien palabras por día. Si hubiera dedicado ese tiempo a leer, viajar o no hacer nada (incluso a hacer ejercicios), sería distinto, pero en general lo he desperdiciado inútilmente, sin dedicarlo al estudio ni a la contemplación, sino a beber y causar problemas. Si hubiera escrito Hermosos y malditos a un ritmo de cien palabras por día me habría llevado unos cuatro años, así que puedes imaginar el efecto moral que ese abismo ha tenido en mí.
Lo que estoy tratando de decir es que tendré que pedirte que tengas paciencia con el libro y confíes en que por fin, o al menos por primera vez en años, estoy haciendo lo mejor que puedo. He adquirido muchos malos hábitos de los que me estoy tratando de librar:
1) Holgazanería.
2) Mostrarle todo a Zelda; un hábito terrible, nadie debería leer nada hasta no haberlo terminado.
3) Conciencia de las palabras, inseguridad.
Etcétera.
Siento que ahora tengo un enorme poder en mí, en cierto sentido más del que jamás he tenido, pero funciona de manera tan irregular y con tantos temores porque he hablado tanto y no he vivido lo suficiente dentro de mí mismo para desarrollar la confianza necesaria. Además, no conozco a nadie que haya usado tanta experiencia personal como he hecho yo a los veintisiete. Copperfield y Pendennis fueron escritas después de los cuarenta años, mientras que A este lado del paraíso contenía tres libros y Hermosos y malditos dos. De manera que en mi nueva novela me lanzaré a un trabajo puramente creativo; nada de invenciones de pacotilla como en mis cuentos, sino la sólida imaginación de un mundo sincero y radiante. Así que avanzo lenta y cuidadosamente, y por momentos con una angustia considerable. Este libro será un logro artístico consciente y deberá depender de eso, ya que los primeros libros no lo hicieron.
Si alguna vez gano el derecho a disfrutar de un poco de ocio otra vez, me aseguraré de no desperdiciarlo como en el pasado. Por favor, créeme cuando digo que ahora estoy haciendo lo mejor que puedo.
Siempre tuyo,
Scott F.
16 de abril de 1924
Querido Scott:
Demoré en responder tu carta porque no quería dejar nada fuera. Estuve encantado de recibirla, pero he estado tan ocupado con toda clase de cosas que no he tenido tiempo de escribirte como quería. Tampoco lo tengo ahora, pero no quiero demorar más la respuesta y aquí van unas palabras acerca de uno o dos temas.
Por ejemplo, entiendo perfectamente lo que tienes que hacer, y sé que todas esas cuestiones superficiales de explotación y demás no tienen la más mínima relevancia en comparación con lo importante que es que hagas tu mejor trabajo y de la manera en que mejor te parezca. Es decir, de acuerdo a las exigencias de la situación. En lo que respecta a nosotros, esperamos que sigas adelante a tu propio ritmo, y si llegas a terminar el libro en el plazo que dices, habrás realizado una hazaña muy considerable, me parece a mí, incluso en cuestión de tiempo.
Mi visión del futuro es, a la luz de tu carta, de mucho optimismo y confianza.
El único tema es que, si tuviéramos un título probable, que no tiene por qué ser el definitivo, podríamos ir preparando una tapa y una sobrecubierta y ya tenerlas listas para su uso. Así ganaríamos varias semanas, si es que el libro llegara a estar listo para publicarlo en otoño. Sería muy conveniente. Y de lo contrario, no habría ningún problema. Si vendiéramos el libro bajo un título que luego resulta distinto, tampoco habría ningún problema. Siempre pensé que El gran Gatsby era un título sugerente y eficaz, aunque tenga un conocimiento muy vago del libro, por supuesto. Pero, en cualquier caso, lo último que quisiéramos hacer es distraerte de lo que estás escribiendo, y si dejas las cosas tal como están, nosotros estaremos perfectamente satisfechos. El libro es lo que importa y todo lo demás es insignificante.
Tuyo,
Max